miércoles, 11 de noviembre de 2009

Cuando somos niños, soñamos con cosas pequeñas, sencillas: un helado de fresa, una muñeca que llora y hace pis o esa bicicleta que tiene el vecino del cuarto. Cuando nos hacemos mayores, nuestros sueños cambian con nosotros y se vuelven complejos, igual que nosotros. Y de repente, la muñeca vieja se convierte en un vestido nuevo con el que cruzar un océano a diez mil metros de altura para deslumbrar a tu chico en un viaje sorpresa. Pero los sueños se rompen en pedazos cuando se encuentran de frente con la realidad, porque la realidad a menudo es radicalmente distinta, como uno cree que es, las personas no son siempre lo que aparentan ser, ni las relaciones, ni mucho menos los sueños. Y esa realidad es la que se encarga de poner a cada uno en su sitio: lo que uno cree que es negro, puede ser blanco; lo que uno cree que es blanco, probablemente sea de todos los colores del arco iris.

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